Antiguamente, no había sobre la tierra ningún hombre, ningún
animal, ni árboles, ni piedras.
No había nada. Esto no era más que una vasta extensión
desolada y sin límites, recubierta por las aguas.
En el silencio de las tinieblas vivían los dioses Tepeu,
Gucumats y Huracán. Hablaban entre ellos y se pusieron de acuerdo sobre lo que
debían hacer.
Hicieron surgir la luz que iluminó por primera vez la
tierra.
Después el mar se retiró, dejando aparecer las tierras que
podrían ser cultivadas, donde los árboles y las flores crecieron.
Dulces perfumes se elevaron de las selvas nuevas creadas.
Los dioses se regocijaron de esta creación. Pero pensaron
que los árboles no debían quedar sin guardianes ni servidores. Entonces
ubicaron sobre las ramas y junto a los troncos toda suerte de animales.
Pero éstos permanecieron inmóviles hasta que los dioses les
dieron órdenes:
-Tú, tu irás a beber en los ríos. Tú, tu dormirás en las
grutas. Tu marcharás en cuatro patas y un día tu espalda servirá para llevar
cargas. Tú, pájaro, vivirás en los árboles y volarás por los aires sin tener
miedo de caer.